Nadie la persigue ya, pero Victoria Eugenia Henao, antes María Isabel Santos Caballero, viuda del narcotraficante colombiano Pablo Emilio Escobar Gaviria, continúa huyendo 30 años después de la muerte de su marido, un 2 de diciembre de 1993 en el barrio de Los Pinos, en Melledín (Colombia), el día después de su 44 cumpleaños. Sólo que ahora no huye de cárteles que quieren acabar con su vida y la de sus hijos, Juan Pablo y Manuela. Huye, acusada de un crimen de parentesco, de la sombra de los atroces crímenes que cometió el hombre que se cruzó en su vida cuando tenía catorce años, se acostó con ella a pesar de una diferencia de once años de edad, le obligó a abortar y le convirtió en su esposa un año después el 26 de marzo de 1976.
Le siguieron diecisiete años de relación. Pocos meses después del nacimiento del hijo de la pareja, Juan Pablo, el 24 de febrero de 1977, empezó a entrar el dinero en serio por cuenta del narcotráfico. Estaba organizando el cartel de Medellín, aunque según Escobar era el fruto de sus negocios inmobiliarios, algo que su esposa al principio se creía, luego no cuestionaba y más tarde... más tarde era demasiado tarde para decir nada. Ocho años después la familia comenzó a vivir separada, en huida constante. Pero este no es un artículo sobre Pablo Escobar, que ya se ha derramado mucha tinta. Tampoco sobre su muerte, sobre si el tercer disparo que acabó con su vida salió de su SIG-Sauer o si fue rematado por el dispositivo que le había abatido. Esta es una breve conversación con su viuda.
El problema de María Isabel, su verdadero problema, es la imagen que tienen de ella los demás. Pero, sobre todo, cómo se ha construido esa imagen. Porque no es a través de la realidad, de los hechos. Es a través de una serie de ficción, Narcos, que la presenta una y otra vez como una mujer fría y calculadora, seducida por el dinero y por la política, al lado de su marido por amor, pero también por interés, y con un arma en sus manos. ¿Y sabes una cosa? Si esa fuera ella, si esa imagen fuera real, sencillamente estaría muerta.
“En Narcos me muestran con revólver y manejando dinero, lo que no tuvo absolutamente nada que ver con mi realidad. Si he llegado hasta aquí en esta historia es porque algunas cosas buenas he tenido que hacer. Ese es el dolor que yo siento. La gente no me mira como un ser humano, la gente mira en mí al personaje de mi marido", cuenta hoy, 25 años después de la muerte de su marido, y 35 años después de que empezara a huir. Si fuera el perfil que la ficción ha trazado de ella, la habrían matado. O la habría detenido la DEA, la CIA o la Interpol. O los carteles de Cali hubieran acabado con ella y con sus hijos. Y su hijo no habría podido regresar a Colombia para pedir perdón a las víctimas de su padre. Sencillamente no le habría dejado.

Juan Pablo Gutiérrez / Netflix / Productora
Y María Isabel no es la Tata Escobar (interpretada por Paulina Gaitán) de Narcos. Nunca ha tenido un arma en sus manos, ni siquiera para proteger a sus hijos, asegura. Y el verdadero trato con el narcotráfico lo tuvo después de la muerte de su marido para negociar la vida de sus hijos y la suya propia. Le llevó un año, pero la recibieron y consiguió acordar que no hubiera represalias con su familia. En agosto de 1994 ya habían entregado la totalidad de los bienes que Pablo Escobar les había dejado. También intentó hacer esto en vida de su marido, pero el se lo impidió temiendo que la mataran. Como cuenta su hijo Juan Pablo: "Al final mi padre tuvo razón en una cosa: tenía que estar muerto para que mi madre se acercara a sus enemigos y viviera para contarlo".
Me ha ocurrido una cosa curiosa que tienes que entender antes de seguir leyendo. He conocido antes a la María Isabel de carne y hueso que a la Tata de la serie de Netflix Narcos. Y al verla, al ver después a la mujer que representa la ficción, no reconozco a la mujer que acaba de terminar sus memorias, Pablo Escobar: Mi vida y mi cárcel (Ediciones Península), ni la mujer con la que pasé charlando media hora. No quiere decir que sea una santa. Si hacemos caso a los informes del FBI, la CIA y la DEA, no hay nada contra ella. El mero hecho de que esté viva tiene que ser una prueba de algo. Y si hacemos caso a una de las amantes de su marido, Virginia Vallejo, no es una campesina inocente. Obviamente es imposible conocer a alguien en tan poco tiempo. Pero si en persona es imposible, menos aún a través de una representación dramática o en el relato de una amante despechada que se ha convertido en una película.

Esquire
¿Qué tipo de mujer es María Isabel Santos? ¿Cómo hizo para dormir con ese monstruo?, le preguntan las víctimas de su marido. ¿Era cómplice o víctima? ¿Por qué no hizo nada? ¿Por qué no lo dejó? ¿Por qué no lo denunció? "Esas preguntas, probablemente, son las mismas que miles de personas se hacen sobre mí. La respuesta es porque lo amaba; y aunque a muchos les parezca insuficiente, la verdad es que esa fue la razón por la que estuve a su lado hasta el último día de su vida, a pesar de que infinidad de veces no estuve de acuerdo con sus acciones y sus decisiones", relata. Es una mujer que habla despacio, que mide las palabras y que constantemente está analizando a su interlocutor: ¿Me fío o no me fío de él? Normal.
Creo que la mejor escena que responde a la pregunta era algo que ocurría a diario en su casa. Pablo Escobar se sentaba con su hijo de siete años en el desayuno, con la mesa llena de periódicos, y comenzaba una liturgia en la que el padre repasaba todos los asesinatos que la prensa le atribuía y le decía a su hijo: éste sí lo ordené yo, éste no, éste sí, éste no... Cada mañana. Y la madre se encontraba a su lado. También le escribía cartas, muy sentidas, en las que conminaba a su hijo a hacerse cargo de todo. "Cómo podía ser tan ingenua como para creer que fuera hermoso eso que escribía a su hijo. Años después volví a leer lo que le escribía y me horroricé. ¿Cómo le puedes pedir a un niño de 9 años eso?", relata ahora.

Policía Nacional Colombiana
“Siento que amé a Pablo y le idealicé mucho. Y también que hubo una etapa de mi vida en la que no me podía mover. De alguna manera, desde mi sumisión, y desde la responsabilidad de la Iglesia de que hay que estar con el marido, en la salud y en la adversidad, tenía mucho miedo de dejarle por todos los problemas que tenía. Yo no tenía ningún movimiento que no fuera dirigido por él. Y ahí está mi duda. Mis terapeutas me dicen: Esta persona, con estos síntomas, si te hubieras revelado, no te habría perdonado la vida", asegura.
Puede que no le creas cuando dice que su marido nunca le dio una respuesta clara sobre la verdadera naturaleza de sus negocios, o que apenas hablaban sobre a qué se dedicaba, o si de verdad se creía que se dedicara a negocios inmobiliarias, o que la frase que le repetía "usted no pregunte, que de eso no entiende nada", sea una invención creada con los años. Desde la distancia es difícil creer que alguien puede ser tan ingenuo. Está claro que la vida son grises, ni blancos, ni negros, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que no es Tata. Cuando dice que se quedó por amor es verdad. Cuando dice que se quedó por miedo es también verdad. Se quedó por sus hijos, y, si lo piensas, porque tampoco tenía ningún otro lugar a donde ir con dos niños pequeños. ¿A dónde habrías ido tú?
María Isabel mandaba bordar en Venecia, Italia, manteles de lino para el comedor de veinticuatro servicios del edificio Mónaco de la familia Escobar. Se tardaba entre tres y cuatro años en hacerlos. La firma de orfebrería danesa Georg Jensen diseñó y fabricó una vajilla de plata con el monograma de los apellidos Escobar y Santos entrelazados. Cuando hizo el encargo, le dijeron que desde la época de las dinastías no recibían un encargo tan grande. Pagaron 400.000 dólares. Un peluquero y una maquilladora se ocupaban cada día de acicalarla. Durante el embarazo de Manuela, María Isabel viajaba a Barranquilla para que una diseñadora le confeccionara la ropa pre-mama. En ese tipo de mundo se movía, en esa burbuja. Así que era consciente, y no era consciente. Su hijo Juan Pablo llegó a tener una colección de cerca de treinta motos de alta velocidad, motocross, trimotos, cuatrimotos, karts, buggies...
Hay una entrevista que concedió al poco de la muerte de Escobar que ayuda a dibujar este contexto:
Pero también era un mundo en el que estallaba una bomba y la cuna de su hija se llenaba de escombros, y era una vida en la que en los cinco meses siguientes eran incapaces de apagar las luces a la hora de dormir.
Si alguna vez tuvo oportunidades de abandonar a su marido, todas esas oportunidades acabaron el 30 de abril de 1984. Desde ese día hasta el 2 de diciembre de 1993 ya no hubo hueco para nada que no fuera huir para proteger su vida y la de sus hijos. Es la inercia de la violencia. La segunda hija de María Isabel y Pablo, Manuela, nació en mayo de 1984 mientras la familia se encontraba escondida en Panamá después del asesinato del ministro Rodrigo Lara Bonilla.
El 5 de junio de 1984, dos semanas después del nacimiento de Manuela, Escobar le pidió a su esposa que hablaran a solas. Pasó su brazo sobre su hombro y en tono muy serio, dramático, le dijo:
—Tata, vamos a tener que irnos de Panamá por nuestra seguridad. Corremos el riesgo de que nos detengan. Tenemos que mandar a la bebé a Medellín.
—¿Cómo así, Pablo? Mi niña acaba de nacer, tengo que alimentarla. ¿Estás loco?
—No, no estoy loco. Es necesario; no sé para dónde vamos, si tenemos que ir a la selva, aguantar hambre, correr, no dormir… No podemos correr con una bebé, Tata, se nos muere. En Medellín la abuela Nora cuidará de ella, estará en las mejores manos.
Siguió un largo silencio. "Entendí que mi marido no estaba jugando, que mi triste realidad me arrancaba de los brazos a mi hija de escasos días de nacida. Pablo no dijo una palabra más. Su semblante serio indicaba que la decisión tampoco le gustaba, pero no había otra opción. Lloré sin consuelo durante un largo rato y cuando logré calmarme le pregunté por Juan Pablo. Dijo que el niño ya estaba grande para soportar cualquier travesía y estaría más seguro a nuestro lado. Era su última palabra. Tenía que sufrir en silencio, no podía gritar ni pedir ayuda", recuerda. Esa es la vida que vivía.
"Fue el primer y único amor de mi vida. Me casé con él por la Iglesia, convencida de que los votos matrimoniales se cumplen. Me criaron en medio de una cultura machista en la que a las mujeres se les enseñaba a seguir a sus maridos sin preguntar. Crecí moldeada por Pablo para ser la esposa y la madre de sus hijos, para no preguntar o cuestionar sus comportamientos y hacerme la de la vista gorda. Terminé el bachillerato después de tener a mi primer hijo y de ahí en adelante mi vida giró en torno a mi esposo hasta el día que murió", relata.
"Soporté amantes, desplantes, humillaciones, mentiras, soledades, allanamientos, amenazas de muerte, atentados terroristas, intentos de secuestro de mis hijos y hasta largos encierros y exilios. Todo por amor. Por supuesto hubo muchos momentos que me hicieron dudar si debía continuar o no. Pero no fui capaz de dejarlo, no solo por amor, sino también por miedo, impotencia y por la incertidumbre de no saber qué sería de mi vida y la de mis hijos sin él. Temí incluso la posibilidad de que el hombre más peligroso de Colombia pudiera hacerme daño si me alejaba de él", sigue.
¿Qué hubiera pasado si Pablo Escobar no hubiera muerto el 2 de diciembre de 1993? “Nosotros estaríamos muertos. El riesgo de vida fue inminente en los últimos nueve años. Y Dios te acompaña hasta cierto momento, pero no toda la vida. Estoy segura de que mis hijos y yo estaríamos muertos", responde rápido.
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